sábado, 2 de enero de 2010

Truila y Miltar (cuento)


Oesterheld, Héctor G
Truila y Miltar
Fuente: diario La Prensa, 3 de enero de 1943.

"Esta es la historia de Truila y Miltar, tal como me lo contó Karyl, el más viejo de los gnomos, en un atardecer de verano mientras los árboles estaban serenos y apacibles, como si pensaran en recuerdos lejanos. Un atardecer de verano en que la luz y la sombra parecían confundirse.

Truila, el gnomo que se quedó niño, y por eso no lleva barba y por eso sus ojos están llenos de simpleza y de luz; Truila, el gnomo niño, tenía allá entre las retorcidas raíces de la encina una maravillosa colección de reflejos. Así como hay gnomos que cuidan los sueños invernales de los árboles, para que no despierten antes de tiempo, y gnomos que enseñan a las luciérnagas a encender y apagar sus lámparas, y gnomos que guían a sus hormigueros a las hormigas extraviadas y gnomos que tejen a la luz de la luna los sueños de los niños, reunía en su casita todos los reflejos que encontraba, para que los demás gnomos se recrearan mirándolos.

En su resplandeciente museo, al lado de la luna mirándose en una charca, estaba el blanco destello de los colmillos de un gato montés y junto a un rayo de sol que resbalaba sobre una hoja, brillaba el mirar dulce y profundo de las gacelas. Y también las estrellas recogidas todas en una gota de rocío, y en arco iris producido por el sol al herir una aguja de hielo… Muchas veces el pájaro de la aurora alzaría su vuelo, si nos pusiéramos a detallar todo lo que había en aquel museo.

Por eso su tesoro, Truila, el gnomo que se quedó niño, era considerado uno de los gnomos más ricos en el país de los gnomos. Pero no faltaban los envidiosos, que decían que su colección no valía nada al lado de la de Miltar, el gnomo triste, el de los ojos siempre en sombra, el gnomo que reunía penumbras allá en su casita oculta en lo hondo del barranco.

Sería tan difícil enumerar todo lo que había en el tesoro de Miltar, el gnomo triste… Sería tan difícil como pretender nombrar una por una todas las piedrecitas de color que día a día va lavando el arroyuelo de la montaña. Dicen los que aún recuerdan que allí estaba la paz oscura del nido del hornero, la sombra melancólica de un sauce sobre el río, la penumbra llena de lejanos rumores de un caracol vacío, y el pesado misterio de un anoche sin luna y sin estrellas, y la tiniebla circular que parece abrigar los pies de los hongos sombrerudos… Sería tan difícil enumerar todo el tesoro de Miltar, el gnomo triste…

Si. No quedaban dudas de que Miltar era uno de los gnomos más afortunados. Pero los envidiosos ponderaban ante él el tesoro de Truila, el gnomo niño, y hasta agregaban que éste se burlaba de la colección de penumbras. Y tanto hicieron los envidiosos, que Miltar consideró insuficiente su riqueza de sombras y se dedicó con afán a conseguir alguna nueva penumbra, algo que hiciese exclamar a todos: “Cosa que iguale en valor a esta no hay en el tesoro de Truila”.

Y Truila a la vez quiso humillar a Miltar encontrando algún resplandor tan extraordinario que de él todos dijesen: “¿De qué vale todo el tesoro de Miltar ante semejante hallazgo?”.

Caviló y cavilo Truila, el gnomo niño, allá en su casita en las raíces de la encina. ¿Cómo conseguir un resplandor extraordinario? Caviló y caviló, hasta que por fin imaginó atrapar todos los rayos de la luna que plateaban las hojas del bosque. Y decidió construir una trampa para cazarlos y llevárselos a su casita, reunidos en un haz maravilloso. En una de sus tantas correrías hasta las casas de los hombres, había visto como al salir la luna, todos sus rayos asomaban de pronto sobre un viejo muro que rodeaba un jardín. Y tras mucho pensar en la manera de atraparlos en el preciso instante en que en que empezaban a asomar, encontró la solución: pondría en lo alto del muro muchos trozos de vidrio, y con ellos se enredarían los rayos de la luna cuando viniesen a alumbrar el jardín.

Sin decir nada a nadie, se fue a la casa de los hombres, y durante todo el día trabajó en el jardín preparando la trampa. Y cuando llegó la noche, quedóse al acecho aguardando la aparición de la luna. Estaba Truila escondido, vigilando su trampa, cuando del otro lado del jardín llegó Miltar, el gnomo triste. Venía a recoger la sombra llena de recuerdos que anidaba en las grietas del viejo muro. Sobre éste quiso trepar Miltar, para iniciar su búsqueda de sombras. Y no vio los trozos de vidrio, y su mano se desgarró al apoyarse en ellos. Roja y cálida brotó la sangre, y destellos de sol poniente tuvo la luna al herir los vidrios ensangrentados. Corrió Truila hacia el muro, maravillado ante el nuevo destello. Y vio entonces a Miltar, el gnomo triste, con su mano desgarrada, que le miraba con sus ojos llenos de sombra.

Todos los reflejos se borraron entonces pata Truila, y una pena muy grande invadió su corazón y ensombreció su frente. Miltar el pobre gnomo triste, tenía su mano desgarrada, y él, Truila, era el culpable, todo por querer ser el primero, el gnomo más rico entre los gnomos. Baja la cabeza, dejó manar el tibio arroyo de las lágrimas. Vio Miltar la sombra que ensombrecía la frente de Truila, el gnomo niño. ¿Qué sombra entre todas sus sombras podría igualarse a la que oscurecía la frente de Truila, que le estaba revelando que éste podía ser su amigo?

En los ojos llenos de sombra brilló entonces un límpido destello… ¡Él, Miltar, el gnomo triste, tenía un amigo! Y vio Truila el destello alegre que iluminaba los ojos de Miltar, y comprendió que éste reflejo tan pequeño y nuevo sobrepasaba a todos los reflejos que guardaba en su casita, entre las retorcidas raíces de la encina… El puro destello de un par de ojos que descubren un amigo.

Nunca más rivalizaron Truila, el gnomo niño, y Miltar, el gnomo triste. Reunieron sus dos tesoros y anduvieron desde entonces siempre juntos. Y son los envidiosos, los que quieren hacer recordar a Miltar que Truila le desgarró una vez la mano, los que siguen poniendo trozos de vidrio sobre los muros. Y los pobres rayos de luna, que nada tienen que ver en este, siguen enredándose en ellos. Esto me lo contó Karyl, el más viejo entre los gnomos, en un lento atardecer de verano en que la luz y la sombra parecían confundirse, como si fueran muy amigas."

Feliz Año...

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